miércoles, 1 de diciembre de 2010

3- El Arte

Estaba en la cocina cuando sonó el teléfono: el mensaje era de ella avisando que ya había regresado de la playa. Se detuvo a contestar y pensó que tal vez ella quería que se encontraran a pesar de que era martes, así que propuso que salieran esa noche. Se alegró cuando ella respondió con entusiasmo que si. Pensó que era un simple encuentro y que no pasaría nada por ahora. No quería apresurarse, le pareció que de ese modo solo conseguiría ser uno más. No quería eso, no tenía idea de lo que quería pero también lo ponía nervioso la idea de ver a esa chica que tanto le había gustado cuando era un pibe. Miró la hora y se apresuró a terminar de cocinar, no tenía mucho tiempo y quería ser puntual. Se encontrarían en un bar que propuso ella. Se preguntó si ya habría llevado a algún hombre allí, imaginaba que seguramente era así. Quería conocerla- pensó- saber cómo había llegado a ser la mujer segura que parecía. Recordó ese vestido que llevaba puesto la vez que se encontraron en la calle, le hubiera gustado verla vestida así esa noche, pero supuso que no se arreglaría tanto para verlo.

Mientras se ponía el sobretodo y tomaba el libro que leería en el viaje se sintió nervioso. Hacía un año que no tenía pareja, pero las mujeres que conoció desde entonces no le despertaron demasiado entusiasmo. Simplemente adornaban su cama por unas pocas noches, y luego lo agotaban con pedidos de expresiones de afecto que el no sentía deseos de manifestarles. Ellas iban rápido, y no le gustaba que lo apuraran. Lo hacían sentirse agobiado y conseguían que tomara distancia tan pronto como le fuera posible. No había querido lastimarlas, pero no tenía opción ya que tampoco quería sentirse garante de un futuro que no podía prometer. No quería que nada de eso fuera con cualquiera, por inercia y el simple hecho de cumplir con cierta premisa social o familiar.

Esa tarde había ido a comprar materiales para continuar el cuadro que estaba pintando. Había pensado que no le gustaba como estaba saliendo, pero luego reconoció que lo suyo era una especie de catarsis. No tenía otro fin que el de expresar lo que sentía. No quería que opinaran sobre sus obras pero tampoco podía evitarlo ya que solía recibir visitas y su taller era también su sala de estar. Le interesaba el arte y la manera en que el ser humano comunicaba por esta vía sus emociones. Siempre le había costado demostrar lo que sentía y a veces dudaba de sus propios sentimientos por no poder ponerlos en palabras. Este hecho lo había llevado a alejarse de personas que quería mucho porque no podían entender esa faceta suya de aparente indiferencia. No se consideraba indiferente, le molestaba que le señalaran que era distante y sus intentos por dejar traslucir algo de interés eran invisibles para el otro. Las palabras no eran su punto fuerte, aunque sabía maniobrar con ellas para otros temas más generales que los que le tocaban su fuero más íntimo. Le importaba demasiado el otro como para no pensar en él. En realidad se sentía por dentro y por fuera de los vínculos, como si a pesar de vivir las situaciones se encontrara en ellas como un espectador a la vez. ¿Existirá alguien capaz de comprender esa sensación? -Pensó- Tal vez alguien que pinte, o tal vez como yo mismo no entiendo, no pueda hacerlo nadie.

Mientras llegaba a su casa hojeaba unos folletos que había tomado del mostrador de la pinturería. Era extraño haberlos encontrado allí. Eran invitaciones a distintos eventos artísticos que se llevarían a cabo el próximo mes en el barrio de Belgrano. Supuso que no podría asistir, los días viviendo en esa casa parecían tener fecha de caducidad ya que pronto tendría que viajar a otra ciudad por trabajo y se hospedaría allí durante la semana. Los fines de semana vendría a visitar y dormiría lo menos posible. Se puso a pintar pero se sintió cansado a los pocos minutos. Preparó un café y tomó el libro que estaba por terminar. No quería sentir, prefería pensar por un rato más.

Al llegar al bar donde habían acordado el encuentro recibió un mensaje que le avisaba que ella esperaba adentro. Había elegido la mesa que el prefería- pensó- y la saludó con una sonrisa. Se disculpó un momento y volvió a salir para comprar cigarrillos. No los había comprado antes de entrar porque estaba llegando tarde. Le pidió que ordene un trago que le pueda gustar a él. Supuso que así ella no notaría que le cuesta saber qué elegir en esos lugares. Ella tomó cerveza y le pidió un trago que a él no le agradó demasiado. Dejó el libro en la mesa, a la vista de ella. Esperaba que le preguntara acerca de él, pues su interés en la literatura era fundamental para querer verla de nuevo. Tenía condiciones que buscaba en una mujer. Quería que fuera femenina ante todo inteligente e interesante. Que lo hiciera reír y no lo presionara cuando de tiempos se trata. Ella hizo un comentario sobre el libro, y con eso fue suficiente para él. Ya podía seguir adelante.

La hora pasó y mientras hablaban la camarera se acercó a la mesa para avisar que estaban por cerrar. Ella propuso seguir en otro lado mientras tomaban un café. Era una noche rara, el cielo se entrecortaba con nubes de distintos grises y la luna se asomaba por entre ellas. Había parado de llover.

Al llegar a la esquina ella lo invitó a su casa. El la miró extrañado, no esperaba que ella quisiera dejarlo conocer su espacio tan pronto. Pensó que en ese mismo instante se convertía en uno más de la categoría de gente que ella estaba conociendo y le molestó la idea. Sin embargo quería subir, y quería besarla y pasar la noche allí. Pensó que si eso era lo único que ella podía dar quería tenerlo también. Si las cosas quedaban así se daría igualmente por satisfecho. Dudó por un momento y ella volvió a formular la pregunta. Estuvo a punto de negarse pero no lo hizo. Cuando entraron ella se disculpó por el desorden. Le dijo que se pusiera cómodo mientras ponía agua a hervir. El se acercó a la biblioteca, tomó un libro y le dijo que hace tiempo había tenido el mismo ejemplar pero lo había prestado y no se lo habían devuelto. Lamentaba mucho la pérdida porque en él tenía anotaciones que le ayudaban a leer al autor. Ella escuchaba sin decir nada al respecto. Miró los cuadros que colgaban en las paredes y le preguntó si ella los había pintado. No mencionó que él lo hacía, pero la escuchó atentamente mientras hablaba de ellos. Tal vez – pensó- algo entienda de arte.

sábado, 20 de noviembre de 2010

2- El Acontecimiento



Esa mañana se había despertado contenta sin saber el motivo, se trataba de un sábado como cualquier otro y tenía muchas cosas que hacer. Esa sensación le resultaba familiar pero difícil de describir: como el presentimiento de que algo nuevo y emocionante sucedería, el día se asemejaba a papel en blanco de su futuro marcado por algún suceso que cobraría carácter de acontecimiento en su vida. No era la primera vez que le pasaba y no sería la última. Acostumbrada como estaba a sentirse de esa manera trató de no pensar en ello, la experiencia siempre contradecía aquella emoción extraña y sus días siempre terminaban en el mismo lugar que donde empezaron.

Era enero y el calor agobiante la solía obligar a bañarse más de una vez al día. Tenía muchas cosas que hacer en su casa entre ellas poner orden y limpiar. Hacía poco tiempo que podía considerarla un hogar, pues le había costado trabajo acostumbrarse a vivir sola y encontrarse bien allí. Las tareas domésticas las dejaba para el fin de semana, y repartía entre los dos días libres para poder aprovechar el tiempo y descansar. Una de sus mejores amigas había llegado de Rosario y quedaron en verse esa tarde, propusieron ir a tomar el te “como las viejas” decían, mientras se reían vía chat.

Sentía cierta impaciencia por que llegue la hora. Quería verla y contarle las novedades que tenía, siempre compartían las novedades recientes en la vida de ambas. Lavó a mano su ropa mientras hacía cuentas para deducir su capacidad financiera de comprar un lavarropas, calculaba cuánto le saldría cada cuota y cuántos meses tardaría en pagarlo si lo fuera a adquirir al día siguiente. Sabía que no podía hacerlo pero la hipótesis de la posibilidad la tranquilizaba bastante y le hacía la tarea más llevadera. Limpió los pisos con su aspiradora, pensando en apurarse para no molestar con el ruido a los vecinos. No era la hora de la siesta pero siempre que utilizaba aquel aparato se imaginaba que vendrían a pedirle que lo apague y que de paso le pedirían que se fuera del edificio. Hacía tiempo que había dejado de dar motivos para ello, las fiestas y el ruido no tenían lugar en esa casa desde que la sintió como un lugar que era suyo y tenía que cuidar. Siempre le resultaba absurda la idea de perderlo, pues ella era el cliente de los dueños y su calidad como inquilina era impecable. Pagaba las cuentas y el alquiler a tiempo, sin atrasarse un día. Sin embargo solía sentirse al borde de perderlo todo, culposa de algún descuido o irregularidad que fueran motivos de desalojo. Solía recorrer esta idea y analizar, a raíz de su insensatez, su deseo infantil de volver a la casa de sus padres. Simultáneamente, la idea se desvanecía en la realidad que implicaba volver allí y encontrarse con la escena familiar de la que se separó dos años atrás. Ese mes renovaba el contrato de alquiler y le habían pedido un monto mucho mayor al que esperaba. Cuando la empleada de la inmobiliaria le pasó el presupuesto, con esos números estrambóticos e imposibles, había enfermado de bronquitis como le solía pasar cuando no reaccionaba a un estímulo como hubiera deseado hacerlo, conforme a la imagen que quería construir de ella misma. Afortunadamente había sido un error de cálculos que se resolvió unas horas más tarde, pero sus ideas ya estaban recorriendo el mes siguiente y la ausencia de vacaciones en la playa por falta de dinero suficiente.

Mientras lavaba los platos de varios días observaba las fotos pegadas a un costado de su heladera. Desde que las cámaras digitales eran parte de las salidas se postergaba todo revelado. No tenía ninguna reciente y faltaban personas importantes como la amiga que vería esa tarde. Se propuso imprimir alguna de ellas dos y agregarla al resto. Desde luego meses después pensaría lo mismo.

Mientras se bañaba analizaba qué ropa se pondría para salir. No sabía como se sentía hoy, si estaba queriendo sentirse arreglada o prefería sentirse despreocupada con ropa que reflejara aquella sensación. Se le ocurrió que no valía la pena poner demasiado empeño en su aspecto pues su amiga la había visto linda en varias ocasiones si aparecía con unos jeans rotos y una remera casual daría lo mismo. Era una merienda y no una salida nocturna que le sirviera de excusa para ponerse aquel vestido. Sin embargo ese vestido era perfecto, le gustaban mucho el estampado de flores y los volados, la tela era suave, y la hacía sentir feliz simplemente usarlo. Lo había comprado días atrás con motivo de su cumpleaños, luego de caminar unas cuadras a un local de ropa cercano a su casa. No tenía qué ponerse para una fecha que le parecía especial. Iba a festejar y no solía hacerlo, no recordaba el veinte de enero con felicidad. Automáticamente desestimó esta idea, la realidad le demostró que con algo de esfuerzo podía torcer su vida social a algo más enriquecedor y disfrutar de la gente que la rodeaba dándoles un lugar en su vida. Había sido un éxito para ser martes y etapa de vacaciones. Recibió llamadas, regalos y una torta sorpresa. Hacía años que no soplaba las velitas y el deseo lo guardo en secreto para ella misma. Anhelaba que esa sensación de algunas mañanas tuviera una razón real algún día.

Salió de su casa con el vestido puesto, peinada y maquillada como el día de su cumpleaños. Eran las tres de la tarde y sabía que exageraba bastante con ese arreglo a esas horas. Eligió el camino más largo pero más bonito, aquél con las casas grandes y lejos de la avenida. Caminó despacio ya que sabía que su amiga no era puntual. Fumaba un cigarrillo mientras pensaba que tenía tiempo de sobra y probablemente la esperaría un rato largo en la esquina donde habían quedado. Había un café allí que pensó, le serviría de refugio si la vorágine de gente que pasaba la aturdía demasiado. Aquella esquina era el centro de una zona de negocios y locales de ropa, pasaban muchos autos y colectivos y el aire de verano la sofocaría rápidamente si no se corría de allí para esperar.

Cuando llegó miró para ambos lados sabiendo que era en vano, aún faltaban quince minutos para la hora acordada y no estaría allí. Caminó por la galería mirando vidrieras y deseando tener el dinero para comprar ropa nueva. Ya se había acostumbrado a no dejarse llevar por el impulso hace tiempo. Decidió esperarla en la entrada lateral donde el sol no pegaba con tanta fuerza y podía fumar tranquila. Decidió también no tomar un café puesto que no podría acompañarlo con un cigarrillo y no le veía la gracia a tener uno sin el otro. Notó que graciosamente, llevaba puestas las ojotas de goma negras en lugar de sandalias, y le gustó ese toque de desinterés y descuido en su aspecto. El calor le haría desear darse otro baño en pocos minutos.

Pasaron diez minutos más y su amiga estaba llegando tarde oficialmente. Recibió un mensaje de que recién salía de su casa y que la esperara. Decidió caminar hacia la esquina y meterse en aquel café donde había aire acondicionado.
Se dirigía allí cuando, al cruzar una vez más esa esquina, escuchó su nombre. No era la voz de su amiga sino una voz grave y decidida. Definitivamente la voz sabía quien era, ella se dio vuelta y entonces lo vio. Solía hacer oídos sordos a los llamados en la calle, que en general provenían de hombres que querían llamar su atención y eso le molestaba mucho. Pero él dijo su nombre una vez más y le sonrió. Habían pasado diez años desde el día que egresaron del mismo colegio secundario. Ella sonrió también, como si la alegría llegara de algún lugar extraño que no entendía porqué, le colmaba los labios. Hablaron un rato, ella perdió la noción del tiempo, del calor y de la espera.

Al mirar el reloj de la esquina observó que había pasado casi una hora, su amiga le gritó desde adentro de un auto y ella corrió a subirse. Tomó conciencia del calor y la sed que sentía. Aún seguía sonriendo y supo que se había confirmado aquella sensación de la mañana por primera – y tal vez única- vez y que aquél había sido un acontecimiento. No importaba de qué índole, pero si que esa sensación por fin tenía una razón real.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Dulce refugio en la ficción


“Se miente mas de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa.”
Antonio Machado

La idea es que, a falta de ideas para debatir, mejor contar una historia… La ficción, donde cualquier semejanza con personas o hechos reales es coincidencia, tal vez sea un lugar donde me refugio por un rato, hasta nuevo aviso. Espero que les guste!


Ellos Dos


A un paso y medio de haberte visto
Y sin brújula me perdí por más de 10 años
Sin hacer caso a tu sugerencia exacerbada
De que el tiempo podía ser tan soberano


Y estrambótico, desencajado, torpe…
No supe lo que dejaba sin tener
Y fiel a mis preámbulos de sinsabor
Histéricos e insípidos, me distraje.


En barrios ajenos al tiempo rampante
En mares de arena marrón y luces negras
En luchas incansables de ilusa armonía
En miras de un destino que es angosto


Extranjero en mi pecho sin alas
Lucí una estampa de frente en alto
Ya caído de todas mis ramas
Y sin poder elevar mi cristalería opaca

Me contuve y me viste pasar
A un paso y medio de haberte visto
Y sin brújula aún, más de 10 años después
Hice caso a tu sugerencia sutil y menguante
De que el tiempo podía ser tan soberano


1- El Encuentro


Esa mañana se había despertado temprano pues quería aprovechar el sábado. Se había sentado al borde de la cama y observado el patio que se veía desde allí. Siempre dejaba los postigos abiertos para que el aire fresco entrara en las noches de verano. Pensó que era una linda mañana e instantáneamente le hubiera gustado que hubiera alguien a su lado a quien comentarle esta idea. Fue al baño y sintió que su perro no estaba allí estorbando su paso. Decidió que iría a buscarlo antes de visitar a sus amigos con los que había quedado en tomar unas cervezas a la tarde. Extrañaba la compañía. Tenía que limpiar su casa pero no quiso hacerlo, en cambio fue a la terraza y se sentó al sol. Tenía un año por delante, proyectos de trabajo y mucha energía para volver a sus actividades. Su trabajo no era lo más importante en su vida pero, por el momento, lo ocupaba por completo. Esto le venía bien ya que no tenía ganas de pensar en otros temas. Su inversión daría frutos a largo plazo y con eso estaría conforme. No tenía ánimos de cambiar demasiado su rutina y sus actividades. Tampoco creía que aquel día podría ser distinto que cualquier otro sábado. Tenía ganas de ver a sus amigos, pues la noche anterior había vuelto de sus vacaciones y sabía que esa noche les contaría cómo había sido su viaje por el norte del país. No hablaría de mujeres porque no había ninguna interesante a la vista. Hubiera querido que sí pero no era el caso.

Al salir de su casa pensó que pasaría por el barrio en el que había vivido cuando era chico. Recordó a la gente del secundario y se alegró de seguir viendo a muchos de ellos. Le gustaba mantenerse en contacto después de diez años. Qué sería de la vida del resto, se preguntó. Luego se concentró en los planes que tenía para el día, en quienes vería esa tarde y en el recital al que tenía pensado asistir esa noche.

Cuando la vio entre la gente dijo su nombre. No pensó ni por un segundo que podría cruzársela allí. Por otro lado tampoco pensó que la volvería a ver luego de tantos años. Ella le sonrió contenta de verlo y repetía que no podía creer la casualidad que se estaba dando. El trató de componerse y optó por preguntarle qué era de su vida, mientras observaba cada detalle de su aspecto. Le pareció que estaba hermosa y casi igual que en aquel entonces. Siempre le había gustado y cuando iban al mismo colegio había hecho vanos intentos por besarla. Ella lo había rechazado, alegando que estaba enamorada de uno de sus mejores amigos. Luego se habían distanciado y él seguido con su vida. Ya estaba recibido, vivía solo y tenía un par de historias de amor fallidas en su haber. Volvió a pensar en lo linda que estaba, y se dio cuenta que no había prestado atención a lo que decía. Estaba atontado, pero este estado no era producto del calor del sábado sino de la sorpresa de encontrarla allí, en esa esquina. Ella le preguntaba cosas que él contestó con falsa naturalidad, estaba nervioso pero no quería irse sin pedirle su teléfono. La charla continuó por un rato y ella averiguó que estaba soltero y que no buscaba salir con nadie por el momento. El la escuchó atentamente hablar acerca de los bares que no solía visitar porque le recordaban a hombres de su pasado. Estaba soltera también – conociendo gente- había aclarado. El pensó que era la manera que tenía de decir que salía con varios hombres a la vez sin comprometerse con ninguno. Le preocupó un poco la idea de ser uno más en esa categoría “gente” que ella mencionaba con tanto desinterés e indiferencia. Los temas propios de un encuentro casual en medio de la calle se estaban agotando y pensó en cómo pedir ese teléfono sin parecer ansioso o que sus intenciones lo expusieran a un posible rechazo. Le dijo que tenía que seguir su camino pero sacó un tema nuevo y siguieron hablando un rato más. Ella le preguntó que hacía a la noche y se invitó sin pudor al plan que había programado con sus amigos. El la miró sorprendido y dijo que le avisaba con un mensaje adonde irían. Luego decidió irse, ya era demasiada exposición y tenía manera de contactarla cuando quisiera verla.

Luego de despedirse caminó dos o tres cuadras sin pensar en nada. No vio pasar a nadie y no se detuvo en el cajero que ella le había indicado para retirar dinero. Quiso pasear un rato y volver a ubicarse en la seguridad de su rutina. Esa noche no la llamaría. No estaba listo para verla de nuevo. Pensó que tal vez era mejor dejar las cosas en aquel encuentro casual y seguir su vida. Dos semanas después cambiaría de opinión y estaría ansioso por verla.
(continuará...)

sábado, 23 de octubre de 2010

Acerca de la Odisea de los Amantes y los Finales que son Principios

“(…) A la apasionada exploración de lo desconocido (la aventura) prefirió la apoteosis de lo conocido (el regreso). A lo infinito (ya que la aventura nunca pretende tener un fin) prefirió el fin (ya que el regreso es la reconciliación con lo que la vida tiene de finito).”
Milan Kundera – “La Ignorancia”


Tomemos como ejemplo el final de una película, aquí les dejo uno que me gusta mucho *, pero bien podría ser cualquier final feliz que prefieran. Entonces él se queda, él ha decidido permanecer, luego de pensarlo durante una hora y media de pasear con ella y ponerse al corriente de las vidas de cada uno. Ha esperado la oportunidad del encuentro por espacio de diez años y todos sabemos que sintió nostalgia y añoranza de verla durante ese tiempo, al punto de escribir un best seller para provocar un reencuentro. Ahora se produce el encuentro y, como Ulises decidió volver con Penélope y dejar la dolce vita junto a Calipso, nuestro protagonista hace lo propio con la mujer que ama.

Siempre llamó mi atención lo que sucede al final, luego de los desencuentros tiene lugar el encuentro, el beso. La pantalla se aleja, las cosas están relativamente claras, y termina la película con un final feliz. Ese final reconfortante tiene a la vez, algo que no se ve, pero que claramente nada tiene de final en sí mismo. Señala otra escena que no vemos, sugiere una continuidad de la que ya no seremos espectadores, el principio de otra cosa. ¡Qué intriga! ¿Qué sucede con los protagonistas de la historia? y sobre todo ¿Cómo se desarrolla en el tiempo esa famosa frase “y fueron felices”?.

¿Alguno tiene en mente alguna película que comience por el final? Me encantaría saber que hay después. Me pregunto por qué nos quedamos ahí, como si lo que viniera a continuación no mereciera ser contado, o tal vez sólo si se tratase de algún drama. Ahí si, pero nos encontramos con otro género. No. De lo que hablo es del amor que se consolida, de las emociones, los sentimientos y el devenir amoroso entre dos personas que logran superar los obstáculos y los desencuentros. Yo creo que merecen la película. A mí me parece que allí, en esa reconciliación con la finitud, reside la magia y el arte de amar. El arte de amar… ¡Qué tema interesante! Y complicado ¿no? Porque si de arte hablamos, no se trata sino de una creación que exprese de un modo sensible el amor que se siente por el otro. No es fácil. Definitivamente a veces no alcanza para que llegue eso que sentimos al otro y creo que, en esta otra escena que nos dejan a nuestra imaginación, está en juego algo de esto. Si pienso que ese beso hay que sostenerlo “para siempre” no parece sencillo sin poner en marcha la creatividad, el amor y el arte.

No estoy segura, pero tal vez la idea del Principio que acontece luego del Final hay que buscarla en la vida misma. Sin recetas, sin relatos ajenos, sino la experiencia personal y lo que cada uno puede atreverse a vivir cuando de amores se trata.
* http://www.youtube.com/watch?v=pMqePx7Kp3A (les debo los subtítulos)

sábado, 9 de octubre de 2010

¿Qué quiere una mujer?

“Su curiosidad y su excitación más auténticas iban dirigidas a sí misma, a su propio cuerpo y sus goces. Para extraer de su piel aterciopelada y de su interior los puntos de placer y todas las posibilidades, eran necesarios mi cuerpo, mis brazos, mis dedos, mi boca”.

Orhan Pamuk – El museo de la Inocencia



(…) pasión, desenfreno, libros, romance, vestidos, mimos, cariño, cuidado, chocolate, lujuria, biromes, pintura, música, seducción, admiración, comida, belleza, juventud, sabiduría, elegancia, regalos, sexo, llamados, poemas, flores, abrigos, abrazos, familia, reconocimiento, aventura, naturaleza, conocer, compañía, amigos, pasear, perfumes, amantes, sonrisas, llorar, sufrir, intimidad, besos, estrellas, fotos, lugares, trabajo, vinos, sabores, emociones, batallas, reconciliaciones, caricias, hechos, palabras, carteras, vacaciones, compromiso, placer, guitarras, aire, zapatos, caviar (…)

Muchas palabras, ninguna apunta realmente a eso que quiere una mujer, podría decirse que tan solo lo bordea, y sin embargo…
Las mil maneras de circunscribir, reglar, ordenar, producir el goce femenino fracasan, una y otra vez. Afortunadamente, el secreto se preserva a pesar de los intentos por hacer de él algo asequible, muchas veces a costa de rebajarlo con fórmulas baratas y posiciones sexuales con nombres irrisorios, otras tantas muy válidas y que se arriman al terreno de la seducción.
La seducción, rescato esta palabra de la lista interminable y prolífera. Algo parece distinguirla del resto, por su presencia, por el enigma que representa para cualquier mortal.
La idea sería pensar un poco, seducir un poco y despertar seducción. Acercarse a lo que quiere decir aún sin poder asir del todo lo que es para cada cual. Seducir es entrar en un terreno que a la feminidad concierne, sin distinción de sexos. Hacer un velo, crearlo, maquillarlo, esculpirlo para ocultar… Y allí: el encanto de lo femenino.
Se- ducere: llevar aparte, desviar de su vía… También significa engañar, pero es un engaño con una connotación positiva, porque ¿a quién no le agrada ser seducido? Seducir es una acción interesante, un ritual humano y vivo que da lugar a un lazo con el otro.
Y la sorpresa de lo que no era, que entonces relanza el deseo y lo hace jugar, moverse, reversibilizarse. No se trata de estrategias sino de pasión y signos que apuntan a lo incierto, a lo fugaz e inaprensible. Tolerar esa incertidumbre, pues hay magia allí donde el mago no revela el truco, porque quizá no lo sabe o porque sabe que si lo muestra lo mágico se escabulle y desaparece.

sábado, 2 de octubre de 2010

Άγαλμα o… El señuelo de los dioses

¿Qué amamos en el otro? ¿Que ama el otro en nosotros? Rasgos, colores, formas, aspectos, ideas…. Yo me pregunto, ¿o la pregunta vino de afuera? Y descubrí al pensar sobre este tema que aquello que amo es lo que hay en el otro que no encuentro en algún lugar que no sea aquel, allí donde el cuerpo y el ser de la otra persona se me vuelve imprescindible para encontrar, por momentos al menos, aquello que amo, lo que una y otra y otra vez vuelvo a elegir, que me enamora, que me captura y que está solo allí con él/ella. Algo que no puedo decir, que no nombro por otra palabra que no sea su nombre. Inseparable de quién lo trae a mi vida, o separable… pero que sin el nombre no posee valor para mi.
¿Por qué me has elegido? ¿Qué tengo yo, que para ti es amable? ¿Es mi piel? ¿Mi dulzura que despierta sólo tu presencia? ¿Es la verdad que tengo sobre ti? ¿El poder de dominar tus impulsos hostiles hacia el mundo? ¿Un saber que acrecienta tu curiosidad sobre las cosas? ¿Una mirada sobre los árboles y las mariposas? ¿Qué tengo para dar que deseas de mí?
¿Por qué te elijo a ti? Habiendo tantos otros … dando vueltas por el mundo. ¿Qué hay en ti que no puedo obtener por mi cuenta? Yo, que soy independiente, cocino, limpio, plancho y hasta hoy podía ser dueño del mundo gracias al tiempo que me da la juventud. Pero no, eso lo tienes sólo tu, y lo deseo, lo admiro, lo beso.
No elegimos por azar, de eso no tengo dudas. Una elección implica cierta condición de amor que no está en todos sino que encontramos en contadas ocasiones. No amamos porque no hay otra cosa que hacer, sino porque algo del otro despierta ese amor. Luego ese algo se extiende al ser, a la relación, al entre- dos y su circunstancia y entonces todo se vuelve bello y amable. Supongo que así podríamos pensar el enamoramiento. Yo te elijo porque te amo. Amo en ti tus defectos y tus virtudes. No quiero que cambies, por miedo a perder aquello que tú eres y portas que es causa para mí. No te muevas, no respires, temo que eso desaparezca. Y si desaparece, me enojo, me asusto… ¿Volverá a estar? ¿Dónde quedó aquello que alguna vez estuvo allí que me hizo perder la cabeza por ti? Allí está… ¡Qué alivio! Sigue estando, sigo sintiendo este amor inmenso, sigo necesitando de ti, ya que tienes algo… algo que me enamora y no hay en otro lugar, eres único.

lunes, 27 de septiembre de 2010

De amores, poetas y pathos contemporáneos

Mientras leía un poco vino a mi cabeza, con alguna familiaridad extrajera, la idea de que estamos en un tiempo en el que se propagan los amores contrariados. Sin embargo esto me tiene a mal traer hace días, porque no termino de comprender de qué hablamos cuando hablamos de estos amores. ¿Son aquellos, según plantea Kierkegaard, en donde el obstáculo está puesto afuera de los que le sucede a los amantes? Explica en su ensayo acerca del amor y la religión que, si en algún punto, el obstáculo fuera situado a nivel de alguno de los amantes, ya pasamos a otro terreno que el del amor desdichado, así llamado por él. Estaríamos entonces en una zona que no ocupa al poeta, porque sin pathos no hay amor (excepto aquel pasablemente feliz) y no hay poesía, refiere. El pathos, entonces, reside en dificultades externas (distancias, enfermedades, enemigos, etc..) y no en lo que podríamos pensar hoy día como la neurosis de cada cual. Digamos, se me ocurre que hoy estamos un poco mejor dispuestos a pensar que el problema se encontraría en las comisuras del ser de un amante, o en la relación misma. Yo pienso que la poesía contemporánea elige la verdad más allá de la idealidad. Al ir más allá de las travesías por las que circula el amor desdichado, ha encontrado que más desdichado es aquel amor que no puede desenvolverse con libertad por el “No sos vos, soy yo” y esto, diría yo, es tanto más desafortunado que lo que sucediera en la tragedia misma shakesperiana. Muchos podríamos dar testimonio de este tipo de pathos que circula en lo cotidiano. Es decir, hoy tenemos un acercamiento a lo que en realidad pasa, la inmediatez y la dialéctica, el desencuentro, el malentendido y, por suerte, la poesía sigue circulando y recreándose con este material. Importa más supongo, habitar y desentrañar los impedimentos, inhibiciones y angustias que avasallan al ser humano que, a pesar de todo, sigue buscando el amor “pasablemente feliz”, diría mi filósofo del día, feliz diría yo, que estoy un poco esperanzada a pesar de que la esperanza la dejé guardada en la cajita... ¿o la dejé salir? No recuerdo.