sábado, 20 de noviembre de 2010

2- El Acontecimiento



Esa mañana se había despertado contenta sin saber el motivo, se trataba de un sábado como cualquier otro y tenía muchas cosas que hacer. Esa sensación le resultaba familiar pero difícil de describir: como el presentimiento de que algo nuevo y emocionante sucedería, el día se asemejaba a papel en blanco de su futuro marcado por algún suceso que cobraría carácter de acontecimiento en su vida. No era la primera vez que le pasaba y no sería la última. Acostumbrada como estaba a sentirse de esa manera trató de no pensar en ello, la experiencia siempre contradecía aquella emoción extraña y sus días siempre terminaban en el mismo lugar que donde empezaron.

Era enero y el calor agobiante la solía obligar a bañarse más de una vez al día. Tenía muchas cosas que hacer en su casa entre ellas poner orden y limpiar. Hacía poco tiempo que podía considerarla un hogar, pues le había costado trabajo acostumbrarse a vivir sola y encontrarse bien allí. Las tareas domésticas las dejaba para el fin de semana, y repartía entre los dos días libres para poder aprovechar el tiempo y descansar. Una de sus mejores amigas había llegado de Rosario y quedaron en verse esa tarde, propusieron ir a tomar el te “como las viejas” decían, mientras se reían vía chat.

Sentía cierta impaciencia por que llegue la hora. Quería verla y contarle las novedades que tenía, siempre compartían las novedades recientes en la vida de ambas. Lavó a mano su ropa mientras hacía cuentas para deducir su capacidad financiera de comprar un lavarropas, calculaba cuánto le saldría cada cuota y cuántos meses tardaría en pagarlo si lo fuera a adquirir al día siguiente. Sabía que no podía hacerlo pero la hipótesis de la posibilidad la tranquilizaba bastante y le hacía la tarea más llevadera. Limpió los pisos con su aspiradora, pensando en apurarse para no molestar con el ruido a los vecinos. No era la hora de la siesta pero siempre que utilizaba aquel aparato se imaginaba que vendrían a pedirle que lo apague y que de paso le pedirían que se fuera del edificio. Hacía tiempo que había dejado de dar motivos para ello, las fiestas y el ruido no tenían lugar en esa casa desde que la sintió como un lugar que era suyo y tenía que cuidar. Siempre le resultaba absurda la idea de perderlo, pues ella era el cliente de los dueños y su calidad como inquilina era impecable. Pagaba las cuentas y el alquiler a tiempo, sin atrasarse un día. Sin embargo solía sentirse al borde de perderlo todo, culposa de algún descuido o irregularidad que fueran motivos de desalojo. Solía recorrer esta idea y analizar, a raíz de su insensatez, su deseo infantil de volver a la casa de sus padres. Simultáneamente, la idea se desvanecía en la realidad que implicaba volver allí y encontrarse con la escena familiar de la que se separó dos años atrás. Ese mes renovaba el contrato de alquiler y le habían pedido un monto mucho mayor al que esperaba. Cuando la empleada de la inmobiliaria le pasó el presupuesto, con esos números estrambóticos e imposibles, había enfermado de bronquitis como le solía pasar cuando no reaccionaba a un estímulo como hubiera deseado hacerlo, conforme a la imagen que quería construir de ella misma. Afortunadamente había sido un error de cálculos que se resolvió unas horas más tarde, pero sus ideas ya estaban recorriendo el mes siguiente y la ausencia de vacaciones en la playa por falta de dinero suficiente.

Mientras lavaba los platos de varios días observaba las fotos pegadas a un costado de su heladera. Desde que las cámaras digitales eran parte de las salidas se postergaba todo revelado. No tenía ninguna reciente y faltaban personas importantes como la amiga que vería esa tarde. Se propuso imprimir alguna de ellas dos y agregarla al resto. Desde luego meses después pensaría lo mismo.

Mientras se bañaba analizaba qué ropa se pondría para salir. No sabía como se sentía hoy, si estaba queriendo sentirse arreglada o prefería sentirse despreocupada con ropa que reflejara aquella sensación. Se le ocurrió que no valía la pena poner demasiado empeño en su aspecto pues su amiga la había visto linda en varias ocasiones si aparecía con unos jeans rotos y una remera casual daría lo mismo. Era una merienda y no una salida nocturna que le sirviera de excusa para ponerse aquel vestido. Sin embargo ese vestido era perfecto, le gustaban mucho el estampado de flores y los volados, la tela era suave, y la hacía sentir feliz simplemente usarlo. Lo había comprado días atrás con motivo de su cumpleaños, luego de caminar unas cuadras a un local de ropa cercano a su casa. No tenía qué ponerse para una fecha que le parecía especial. Iba a festejar y no solía hacerlo, no recordaba el veinte de enero con felicidad. Automáticamente desestimó esta idea, la realidad le demostró que con algo de esfuerzo podía torcer su vida social a algo más enriquecedor y disfrutar de la gente que la rodeaba dándoles un lugar en su vida. Había sido un éxito para ser martes y etapa de vacaciones. Recibió llamadas, regalos y una torta sorpresa. Hacía años que no soplaba las velitas y el deseo lo guardo en secreto para ella misma. Anhelaba que esa sensación de algunas mañanas tuviera una razón real algún día.

Salió de su casa con el vestido puesto, peinada y maquillada como el día de su cumpleaños. Eran las tres de la tarde y sabía que exageraba bastante con ese arreglo a esas horas. Eligió el camino más largo pero más bonito, aquél con las casas grandes y lejos de la avenida. Caminó despacio ya que sabía que su amiga no era puntual. Fumaba un cigarrillo mientras pensaba que tenía tiempo de sobra y probablemente la esperaría un rato largo en la esquina donde habían quedado. Había un café allí que pensó, le serviría de refugio si la vorágine de gente que pasaba la aturdía demasiado. Aquella esquina era el centro de una zona de negocios y locales de ropa, pasaban muchos autos y colectivos y el aire de verano la sofocaría rápidamente si no se corría de allí para esperar.

Cuando llegó miró para ambos lados sabiendo que era en vano, aún faltaban quince minutos para la hora acordada y no estaría allí. Caminó por la galería mirando vidrieras y deseando tener el dinero para comprar ropa nueva. Ya se había acostumbrado a no dejarse llevar por el impulso hace tiempo. Decidió esperarla en la entrada lateral donde el sol no pegaba con tanta fuerza y podía fumar tranquila. Decidió también no tomar un café puesto que no podría acompañarlo con un cigarrillo y no le veía la gracia a tener uno sin el otro. Notó que graciosamente, llevaba puestas las ojotas de goma negras en lugar de sandalias, y le gustó ese toque de desinterés y descuido en su aspecto. El calor le haría desear darse otro baño en pocos minutos.

Pasaron diez minutos más y su amiga estaba llegando tarde oficialmente. Recibió un mensaje de que recién salía de su casa y que la esperara. Decidió caminar hacia la esquina y meterse en aquel café donde había aire acondicionado.
Se dirigía allí cuando, al cruzar una vez más esa esquina, escuchó su nombre. No era la voz de su amiga sino una voz grave y decidida. Definitivamente la voz sabía quien era, ella se dio vuelta y entonces lo vio. Solía hacer oídos sordos a los llamados en la calle, que en general provenían de hombres que querían llamar su atención y eso le molestaba mucho. Pero él dijo su nombre una vez más y le sonrió. Habían pasado diez años desde el día que egresaron del mismo colegio secundario. Ella sonrió también, como si la alegría llegara de algún lugar extraño que no entendía porqué, le colmaba los labios. Hablaron un rato, ella perdió la noción del tiempo, del calor y de la espera.

Al mirar el reloj de la esquina observó que había pasado casi una hora, su amiga le gritó desde adentro de un auto y ella corrió a subirse. Tomó conciencia del calor y la sed que sentía. Aún seguía sonriendo y supo que se había confirmado aquella sensación de la mañana por primera – y tal vez única- vez y que aquél había sido un acontecimiento. No importaba de qué índole, pero si que esa sensación por fin tenía una razón real.

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